Por: Víctor Manuel Pérez.
5 de la mañana de ese oscuro 11 de agosto del 2018, si oscuro, pues se caía el cielo en una torrencial lluvia “seguro llora las lagrimas de mi madre”, pensé, seguro era las lagrimas de las madre, familias y amistades de los más de 300 asesinado, pues seguía viva en mí, la convicción de una Nicaragua libre y democrática, que hasta la más mínima canción nos ponía a recordar y me convertía en el más grande patriota.
Ese fue el día que vi las calles de la capital, enlutadas, devastadas, con miedo, ya 3 meses desde que me escondí en una casa de seguridad por miedo a ser arrestado o lo peor, que me mataran, luego de ese 30 de mayo sangriento, que solo al escribir esta crónica y recordar, se inundan mis ojos, “trata de olvidar y pensar lo positivo” me dice mi psicóloga, ¿cómo se logra eso, cuando en mi mente esta el recuerdo vivo de ver caer personas a mi lado con un disparo en la cabeza, de ver llorar madres, de los gritos de auxilio? Aún me pregunto, pero de eso les contaré en otra ocasión, ya a las 7 de la mañana, nos llevaron café y pan la señora que nos escondía, doña Gladis, me recuerdo su nombre, si, es que era mi ex suegra, como no recordarla con su fanfarronería.
A las 11 teníamos que abordar el bus, llegamos desde las 9 en taxi escondidos, con 1 solo bolsos para no llamar la atención y solo 100 dólares en el bolsillo, es que el miedo nos hizo desesperar, bueno y doña Gladis también, con su discurso “entre más rápido salgan, más rápido salen del peligro”.
Esperamos dos horas y media (las más largas y angustiantes de mi vida), el bus donde nos vendríamos se tardó en la frontera con Honduras, recuerdo de los tres que veníamos, no nos había llegado la hora de la lloradera, hasta que una amiga que nos acompañaba, al ver llegar el bus lloró como que no existiera un mañana, hasta ese momento me quebré el caparazón de valiente, pensé “¿Qué mal estaré pagando, que nunca me va bien en la vida?, solo recuerdo las palabra de ella al abrazarme “cuidate mucho, no andes de vago manu, nos vemos pronto” y de su bolso sacar una botella con agua y rosquillas, “para el camino” y seguía su llanto de magdalena.
Fueron dos horas y media de viaje desde Managua hasta la frontera con Peñas Blancas, pero dos horas me dormí, en mi cuerpo solo pesaba el develó, de noches en vela pensando lo peor que nos podía pasar, me desperté en el justo momento cuando pasábamos por mi pueblo (pues soy de una departamento rural fronterizo con Costa Rica llamado Rivas), no quise llorar por miedo que alguien del bus me preguntara algo, solo volví a ver a los otros dos, nos habíamos regado por todo el bus, por si a uno le pasaba algo que no sospecharan que íbamos juntos y diera tiempo de avisar a alguien.
Nunca había visto las calles de mi pueblo tan bellas como ese día, nunca había sentido tanto pesar por mi gente como ese día, día que no borro de mi mente, pues cuando vuelva a pasar por las calles de mi pueblo disfrutaré como que no existiera un mañana.
Llegamos a la frontera, nos teníamos que bajar para sellar la salida de Migración de Nicaragua, fue el momento de más incertidumbre de mi vida, pero como siempre digo “Dios me escucha, aún con lo malo que soy con él”, el asistente del chófer del bus se nos acercó y nos dijo en silencio, “ustedes tres son jóvenes los pueden revista todo, nosotros tenemos contactos, solo vale 5 dólares”, muy buena estrategia de venta, nos metió pánico y los pagamos, ya solo 95 dólares me quedaban.
Pasamos, un alivio inmenso lleno mi alma, pude respirar aire de tranquilidad, pero con el venia el miedo y la incertidumbre, que ni la media botella de agua me calmaría, hasta ese momento recosté mi cabeza a la ventana, un símbolo de derrota y sopeso, lloré como un desconsolado, como a un niño cuando le quitan su juguete favorito, o a una madre un hijo de los brazos, lloré por dejar atrás mis sueños, mi carrera, una familia a la que no me pude despedir me decía a mi mismo “Perdón mamá me arrepiento, de saberlo no me meto en esto” una y otra y otra vez.
Me arrepentía de las tantas veces que desaproveche la compañía de mi madre, que prefería amigos en vez de pasar junto con ella, tratando de esquivar la cantaleta de “tienes que ser alguien, no seas bago, estudia Victor Manuel”, “Perdón mamá me arrepiento de no abrazarte, hoy quiero un abrazo tuyo, más que nada en la vida”.
La ira, el enojo, el miedo y la culpa me invadieron, al verme vulnerable en un país extranjero, viendo las montañas de Santa Cruz llore, viendo las calles de Liberia llore, no se de donde saque tanta lagrima, hasta que llegamos a Cañas a mitad del camino que nos bajamos a comer, uno de mis compañeros me quería reconfortar diciéndome “tranquilo son solo unos meses”, yo sabía que no era así, yo sabía que no podía engañar a mi subconsciente, como les podía explicar que mi llanto era también de desesperación al solo tener 95 dólares, una bolsa de roquillas, media botella con agua y los pocos trapos que traía.
De regreso al bus, mi mente volaba con pensamientos negativos, como que mi subconciente quería evacuar todo el resentimiento y dolor en un solo soplo, estaba tan sensible, tan arrecho conmigo mismo, ¿cómo fui tan tonto? ¿para que me metí a esto si estoy llevando la peor parte?, lloraba al recordar esas marchas en las calles de Managua, aquel plantón fuera la de Universidad Centroamericana, aquel día en la UPOLI cuando repartía comida y me preguntaba para darme más cólera y culpándome de mi desgracia ¿qué malo hicimos?, “yo solo quería justicia y un país donde pueda vivir tranquilo sin miedo, sin tener que presentar un carnet de militancia para obtener un trabajo en el Estado” ¿qué malo hice? ¿por qué a mí?.
Sabía que lo difícil venía, y me seguía repitiendo “ de saber no me hubiera metido en esto”, sentirte derrotado, acabado, con una vida, una carrera destruida por el miedo, la incertidumbre, tristemente libre, a salvo pero siendo nadie, sin miedo pero con sólo menos de 90 dólares para resolver.
Hoy más de tres años de no ver a mi madre, más que por la fría pantalla de un teléfono, que muchas veces se interrumpe por la falta de señal, el escaso Internet o el tiempo limitado, quisiera ver a mi madre, abrazarla y decirle “perdón mamá, de saber no me meto en estos”.
Perdón por tus noches de desvelos llorando sin saber si al menos comí o dormí bajo un techo, perdón por tu angustia de tenerme lejos, perdón por no hacerte caso cuando me advertías, perdón porque fui un terco que creía tener el mundo a sus pies, y de frente decirle “te amo y por ti saldré de esto, por ti lograré llegar a mis metas y mucho más”.
Dedicada a mi madre Ana Odilia Pérez Rocha, con todo el amor de mi vida.
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